SAGRADA MISION

Esta tierra es nuestra













Poco se sabe del silencioso pero efectivo proceso de recuperación de espacios territoriales que ha venido impulsando desde su nacimiento, hace cinco años, la Coordinadora de Comunidades Mapuche en Conflicto Arauco-Malleco (CAM). Y eso es, sin duda, lo que ha hecho que la represión se concentre en esta organización que ha sido satanizada a través de los medios controlados por los grandes poderes económicos y políticos.

No hay que olvidar que alrededor de cuarenta de sus miembros están siendo procesados por “asociación ilícita terrorista”.

Sin pedirle permiso a nadie, comunidades mapuche de la VIII y IX Regiones han recuperado en los últimos cinco años nada menos que 17 mil hectáreas de tierras ocupadas por empresas forestales. Esa es la cuenta que saca la CAM, sumando hectáreas de uno y otro lado. La característica de estas recuperaciones de hecho, algunas de ellas impulsadas en forma directa por esta organización y otras gestadas espontáneamente por las comunidades, es que se mantienen en manos mapuche, que hacen producir la tierra para beneficio colectivo. Las experiencias son variadas. En ciertos casos, se trata de tierras recuperadas hace varios años y que han pasado por sucesivos desalojos y nuevas recuperaciones hasta llegar a una especie de estabilidad bajo control mapuche. En otras situaciones, las tierras están en permanente disputa y si bien la comunidad no ha logrado cultivar ni asentarse en ellas, tampoco la empresa ha conseguido materializar sus proyectos de inversión. Son distintas modalidades de un control territorial en construcción, que a la vez es punto de partida para la creación de autonomía. Control territorial y autonomía son los pilares centrales de la estrategia de lucha de la Coordinadora, que se plantea como meta avanzar en un proceso de liberación nacional mapuche.
De todo esto se habló durante un trewun (reunión) de dos días gestado por la CAM en Tranicura, localidad situada en el sur de la comuna de Tirúa, en la VIII Región, donde se reunieron cerca de cien personas. El encuentro, al que PF asistió como invitado, se realizó al aire libre siguiendo el estilo de los nguillatunes, a pocos metros de la carretera y bajo el libre vuelo de los pájaros. Poco a poco fueron llegando familias enteras en primitivas carretas hechas a mano. Otros grupos viajaron desde lugares apartados en micros de recorrido rural. Algunos cubrieron ciertos trechos a pie. Los más jóvenes hicieron “dedo”. Y sin duda fueron muchos los que no tuvieron plata para el pasaje ni medios de transporte para acudir a la cita.
Más que un encuentro político de la Coordinadora parecía una fiesta campesina de jóvenes y ancianos, niños y abuelas mapuche. Mientras los más pequeños jugaban sobre la tierra desnuda, los hombres conversaban o practicaban el deporte del palín y las mujeres, cocinaban en fogatas permanentemente alimentadas con leña “recuperada” (de algún fundo “de los ricos”, como ellos dicen). Una res, también “recuperada”, dio suficiente carne para todos. En los encuentros de la CAM no se permite el alcohol -utilizado desde la conquista como elemento de dominación-. Esta norma es parte de la recuperación de la cultura y dignidad indígena.
En distintos momentos del día y a avanzada hora de la noche -sin importar el frío- sonó el kulkul para convocar al trewun. Entonces, representantes de distintas comunidades se reunieron en círculo, de pie y junto a un canelo, para dar cuenta por turno de los últimos acontecimientos relacionados con sus luchas, el estado de ánimo de los peñis, cómo están enfrentando la represión y las constantes violaciones de sus derechos humanos. Fueron momentos solemnes, de invocación a los antepasados y a la nagmapu (madre tierra) para renovar las fuerzas que les permitan continuar una lucha que saben larga y difícil. Pero no tanto como los siglos transcurridos desde que sus ancestros asumieron la defensa de su tierra y libertad.

HISTORIAS SIN NOMBRE

Nada alteró la tranquilidad durante el desarrollo del encuentro. “Es que estamos en tierras bajo control mapuche”, comentaban. El único resguardo fue mantener en reserva los nombres de participantes y entrevistados, evidencia de que muchos de ellos se saben perseguidos o en la mira de las fuerzas represivas.
Así, un vocero sin nombre de una de las comunidades anfitrionas, Loncotripay, relató con sencillez su experiencia de control territorial. Era un hombre mayor, con una dignidad que contrastaba con su aspecto humilde y la pobreza de sus ropas. “Desde hace tres años tenemos alrededor de 500 hectáreas recuperadas, que estaban en poder de las forestales Mininco y Volterra. Los abusos de esas empresas hicieron despertar a la gente, que empezó a ver de qué manera podían sacarlas de aquí. Así empezaron a ocupar de nuevo los territorios que eran de los mapuche. Ahora, las nuevas generaciones dicen que no van a entregar esas tierras, ni a cañones”.
¿Cómo recuperaron las tierras? ¿Llegaron y se instalaron no más?
“Llegamos como 18 personas, con nuestras herramientas y aperos, y nos instalamos”.
¿No se encontraron con guardias?
“Sí, con uno, pero no lo atropellamos. Solamente le dijimos: ‘Tenemos derechos históricos sobre estas tierras indígenas... Y usted, hoy día, se retira de aquí’. El llamó a su patrón por teléfono celular y éste le dijo que se fuera, que él mismo iría a conversar con nosotros. Pero el patrón mandó a la policía, que llegó a corrernos con bombas lacrimógenas, balines y cuanta cosa encontró. Nosotros nos defendimos con armas antiguas, piedras y boleadoras. Volvieron como tres veces, hasta 100 y 200 policías. Pero cada vez han tenido que retirarse”.
¿Ahora están trabajando en esas tierras?
“Si no las trabajamos, ¿para qué queremos tierras? Las forestales habían plantado eucaliptos y pinos. Nosotros los cortamos e instalamos una pequeña agricultura para sustentar nuestra vida. Ahora tenemos más cosecha y mejores animales. La parte que no sirve para agricultura, la vamos a forestar. Vamos a plantar pinos, pero tendremos cuidado de no forestar arriba del nacimiento del agua, porque es un recurso muy importante para nosotros. Y el pino acaba con el agua”.
¿Por qué plantarán pinos y no árboles autóctonos?
“También autóctonos, pero menos hectáreas por la razón que es un recurso que recién daría plata en 100 ó 200 años. Con el pino, sabiéndolo explotar, podemos lograr recursos y comprar otro pedazo de tierra más adelante. Imagínese, yo tengo cuatro hectáreas y dos yuntas de bueyes -porque esa es la herramienta del pobre, sea mapuche o no-. Dentro de medio hectárea tengo mi casa y además tengo una vaca. No podía mantener mis animales dentro de las cuatro hectáreas. Pero al recuperar la tierra, cambió la cosa. Ahora podemos tener más animales. La idea es desarrollarnos un poco y no seguir siendo igual de pobres. Dicen que somos borrachos y flojos. Yo soy mapuche, pero no tomo ni fumo. Es cierto que hay mapuches borrachos y flojos, pero hasta por ahí no más”.
¿Se han dividido las 500 hectáreas recuperadas?
“No, ni pensamos hacerlo. Todo es común. Pero si yo me asocio con otro para sembrar, cerramos el pedazo para que los animales no entren”.
¿No cree que podrían desalojarlos?
“A lo mejor podrían desalojarnos con 800 o mil policías. Si llegan con cañones, a cañón hay que morir. También pueden plantar y cercar. Lo lamentable para ellos es que los policías no se van a quedar a vivir ahí para siempre. Y los mapuches vamos a volver para recuperar la tierra”.
¿Todas las tierras que recuperan estaban en manos de las forestales o también de agricultores independientes?
“Los mapuche que estamos recuperando los territorios nos cuidamos mucho de no irnos contra la gente pobre que está viviendo en tierra mapuche. No tenemos corazón para decirles que se vayan, porque son igual que nosotros. Viven de la pequeña agricultura y de la crianza. Sería una maldad. La lucha nuestra es contra los capitalistas, contra la empresa forestal, porque no saben respetarnos. No queremos tenerlos como vecinos inmediatos de nuestras comunidades. Violan nuestros derechos y desmantelan salvajemente todo el patrimonio indígena cultural, social y económico. Arriba (muestra un cerro) fumigaron con avionetas sobre un nacimiento de agua y contaminaron todo. Ahora, las señoras pueden tener hijos con defectos físicos por beber agua contaminada. Los guardias no dejan pasar a nadie y hasta balas le pueden correr a uno, como si fuera un león o una persona mala. Así nos miran a nosotros las empresas”.
Se dice que el mapuche conserva la tradición guerrera de sus ancestros. ¿Es así?
“Instituciones de gobierno, la gente de las empresas capitalistas y también personas dicen eso, que en el pasado el mapuche era bueno para la guerra. Pero no es así. El mapuche ha sido bueno para defenderse cuando lo vienen a atropellar, a violentar, a invadir. Eso sucedió en el pasado y ahora esta sucediendo lo mismo. Otra tremenda falsedad es que seamos terroristas. Aunque busquen por mar y tierra, nunca nos van a encontrar armas, solamente piedras, boleadoras. En Ercilla y Collipulli han allanado más de ocho veces las comunidades y nunca han encontrado armas. No es terrorismo actuar para recuperar el territorio que nos han quitado. Una vez, un funcionario de gobierno estuvo a punto de hacernos un montaje de armas y drogas en Lleu-Lleu, pero los mapuche alcanzaron a parar la oreja, y le falló el plan”.
¿Cómo se ponen de acuerdo para tomar un terreno, hacen algún plan, se juntan personas de distintas comunidades?
“Cada comunidad lucha en su tierra, muchas veces no nos conocemos unos a otros en esta lucha. Solamente nos vamos conociendo en encuentros de palín”.
En otra comunidad de Comillahue, también ubicada en Tirúa Sur, cerca de 300 personas comenzaron hace cuatro años a recuperar progresivamente tres mil hectáreas de las forestales Mininco y Volterra. “Estas empresas no tienen papeles legalizados de esos campos, y saben que son tierras indígenas”, señala un comunero. Han pasado por cuatro desalojos de Carabineros, pero siguen ahí. “Nuestros animales estaban flacos y ahora ni los conocemos de gordos que están. Ahora podemos educar mejor a nuestros hijos”, agrega.

“TOMAR LO QUE
ES NUESTRO”

Un joven mapuche, perteneciente a una comunidad de Nahuelbuta, explica que fue la propia experiencia la que les hizo dejar de creer en las vías legales y judiciales. Su comunidad, que agrupa a quince familias, fue una de las primeras en entrar en conflicto con empresas forestales, hace siete años.
A comienzos de los 80, la comunidad inició un juicio para reclamar 200 hectáreas de tierra en poder de un particular. Pasaron doce años sin solución. Entretanto, el particular vendió la tierra a una forestal en forma fraudulenta. “Nosotros retomamos el juicio contra la forestal. Gastamos mucha plata, hicimos infinidad de sacrificios. No pensábamos que nos enfrentábamos a un enemigo tan grande. Después fuimos aprendiendo que las forestales tienen mucho poder en el mundo, como cualquier empresa transnacional. El juicio quedó en nada. Los que mandan son los grandes poderes y el mapuche no tiene mucho que hacer ahí. Nuestros antepasados estuvieron en un juicio que duró veinte años, se murieron pensando en su tierra. Nosotros no podíamos seguir esperando. Nos fuimos enfrentando, levantamos la voz y nos tomamos el predio. ¡Qué ridículo, nuestro propio predio!”.
Fue una toma pacífica, simplemente cortaron los accesos a la empresa forestal. Poco después los desalojaron por la fuerza y más de la mitad de la gente de la comunidad terminó en la cárcel. “Carabineros aterrorizó a nuestra gente, se metió a las casas y pateó lo que quiso. ¡Y lo único que estábamos haciendo era hacer uso de nuestro derecho!”, dice el joven vocero.
Al tiempo, volvieron a recuperar la tierra. Ya no los desalojaron. Llegó personal de la empresa, con custodia policial, a retirar la madera, maquinarias y recursos de la forestal. “Nosotros empezamos a sembrar hace seis años, cosechamos papas, trigo, arvejas. Llevamos nuestros animales a pastorear y sacamos leña. Nos han llegado a reprimir varias veces, pero ahora nos defendemos muy bien. Practicamos una mini autonomía. Ya no entran ni los carabineros ni la gente de las forestales. Ahora estamos haciendo casas. La gente vive mejor. Hay más pan para todos y nos sentimos bien”.
La mayor satisfacción es sentir que están construyendo algo propio y, como ellos dicen, volviendo a las raíces. “Los gobiernos en el mundo siempre amparan la riqueza de los capitalistas y nunca a los pobres. Nunca ha habido justicia para el mapuche. Y ahora menos. Por eso estamos construyendo nuestra justicia con control territorial en pequeños espacios, donde nos guiamos por nuestras autoridades tradicionales, que son los lonkos. Estamos practicando nuestra religiosidad, volvemos a hablar en nuestro idioma y nos alimentamos sin que el gobierno nos dé una migaja. Y todo ha pasado por el espacio que hemos recuperado”, enfatiza el comunero de Nahuelbuta.
No siempre logran asentarse en las tierras recuperadas. En la ribera norte del lago Lleu-Lleu, que se dice es el único libre de contaminación en América Latina, hay zonas en permanente disputa. A pesar que el gobierno la declaró área de desarrollo indígena, el 50% del contorno del lago está en poder de las forestales que contaminan con plantaciones de pino que llegan hasta el borde del agua. El nivel del lago está bajando y los peces se mueren. Además, el gobierno autorizó hace varios años al empresario Osvaldo Carvajal para que instalara un megaproyecto turístico por 45 millones de dólares en tierras que los mapuche reclaman como suyas. Sin embargo, cada vez que intenta iniciar las obras, éstas son destruidas. Si bien las comunidades no han recuperado ese territorio, tampoco Carvajal logra materializar su proyecto. Para los mapuche, es otra forma de control.

“SI ATACAN A UN PEÑI, ATACAN NUESTRA SANGRE”

Un claro ejemplo de invasión territorial es el desarrollado por Bosques Arauco S.A. en Cuyinco. En 1977, la empresa -entonces, Forestal Arauco- compró un terreno aledaño a la comunidad Pablo Quintriqueo Huenumán, integrada por 17 familias. Pero extendieron su dominio a 1.650 hectáreas pertenecientes a esa comunidad, a pesar que no lograron acreditar título de propiedad en un largo juicio que ganaron las familias mapuche. “Pero resulta que siguen ahí. Tienen guardias y módulos. Aún así, nuestros animales pastan en las 1.650 hectáreas y cortamos los pinos que plantan en nuestro territorio”, dice un vocero de la comunidad. Desde que comenzó la disputa, algunos comuneros han acumulado 200 acusaciones judiciales de la forestal por hurtos, robos y otros supuestos delitos. Todo el mundo los saluda en el juzgado y hasta el juez los reconoce como dueños. La empresa le ofreció al lonko un “arreglo” individual de veinte hectáreas de suelo agrícola donde él quisiera, con tal que abandonara la zona. Obviamente, no aceptó. También han recurrido a otros métodos: guardias de la forestal han hecho incursiones nocturnas, derribado rucas con motosierras e incendiado la casa de un dirigente. En uno de los muchos enfrentamientos con guardias de la empresa, una mujer de la comunidad recibió una feroz golpiza que le trituró un hueso de un hombro. Tuvieron que operarla en el hospital y estuvo un año en recuperación. “Somos mapuche, y donde atacan a un peñi atacan nuestra sangre de pueblo-nación mapuche -señala el comunero-. Una vez llegaron más de 200 peñis a respaldarnos. Nuestro pueblo es solidario cuando se trata de defenderse de una agresión. Eso es autodefensa”.
La gente que apoya el camino de lucha de la CAM atribuye las divisiones que cruzan al pueblo mapuche a estrategias utilizadas por el Estado, a través de instituciones como Conadi, Indap, Programa Orígenes. “A los dóciles les dan créditos, escuelitas, casas, los incluyen en proyectos. Pero no se meten en la tenencia de la tierra. La cantidad de tierra comprada por la Conadi es mínima”, dice un comunero. Y otro agrega: “Todas las comunidades incondicionales al gobierno tienen beneficios. Les arreglan un camino -que servirá para robar la madera que producen nuestras tierras- o les ponen escuelas donde mantienen a los niños aislados y sin condiciones para que puedan desarrollarse bien”.
Desconfían de todo lo que viene del Estado, incluso de lo que aparentemente es positivo como combinar la medicina occidental con la mapuche, o comenzar a enseñar el mapudungún en algunas escuelas. Según ellos, son “calmantes” para apaciguarlos. “Muchos peñis no están conscientes de que somos un pueblo sometido por el Estado. Desde que este país nació como república, en 1810, se creó un aparataje para ir quitándonos en forma legal nuestro patrimonio, que es la nagmapu. O sea, la madre tierra, que es la fuente de toda riqueza. Tratan de que nos conformemos con calmantes, pero el gobierno no se atreve a meterse en el problema de fondo, que es la tenencia de la tierra, porque ahí es donde están haciendo fortuna los grupos económicos que han llegado a invadir el país. Y a nosotros, nos tiran a un lado”, acusa el vocero de una comunidad.
A través de los hechos -y no con discursos- pretenden mostrarle a sus hermanos el camino que consideran correcto. “Somos un pueblo digno, hay valores que el humano no puede vender. ¿Usted podría vender a su madre? No, ¿verdad? Ella -muestra la tierra- es nuestra madre y no puede pasar por un puñado de billetes, que es el dios del mundo occidental. Los señores del dinero han encontrado luz verde en este gobierno, y en los anteriores, para hacer y deshacer con el patrimonio de los pueblos originarios”. Sienten que con la opción que han tomado han ido ganando el respeto no sólo de otros mapuche, sino también de muchos chilenos y de sectores de la comunidad internacional. Un comunero reflexiona: “Nuestro gran pecado es reclamar nuestro derecho, y por hacerlo nos han encarcelado, nos persiguen, nos balean. Nos llaman delincuentes y terroristas. ¿De dónde viene el terrorismo? ¿Acaso no viene del Estado contra quienes cuidamos la naturaleza, que esta tierra no se contamine, que el agua y el aire sean puros? ¿Qué les importa a los señores dueños del dinero infectar la nagmapu con sus químicos? Lo hacen para que el bosque crezca más rápido y puedan ganar plata más pronto. Esa es la mentalidad que hay en los grupos económicos”

PATRICIA BRAVO

Postura frente al diálogo

La Coordinadora Arauco-Malleco es prácticamente la única organización mapuche que ha optado por una estrategia que se basa casi en forma exclusiva en la acción directa de las comunidades. El resto, de una u otra manera, busca acuerdos con el gobierno y los empresarios para ir logrando conquistas parciales que impliquen algún grado de avance. Sin embargo, también actúan, como lo demostró la toma concertada de 26 fundos de las regiones IX y X que el Consejo de Todas las Tierras impulsó a fines de abril. Fue una forma de presión para que el Senado diera el pase -luego de más de diez años de gestión- al reconocimiento constitucional de los pueblos indígenas y se formara una mesa de diálogo multisectorial para buscar solución a la demanda de recuperación de tierras. Aunque nada de eso se consiguió, las tomas -de carácter temporal y simbólico- generaron un hecho político importante.

Si bien mira con respeto este tipo de iniciativas, la CAM sigue adelante su camino propio. “En algún momento nos encontraremos”, dicen. Tampoco se niegan por principio al diálogo y a acuerdos con la contraparte. Pero las condiciones las ponen ellos

Los mapuche en Chile: lo que enseña una resistencia



El pueblo mapuche, su historia, su cultura, sus luchas, han sido cubiertas por un manto de silencio. Las pocas noticias que llegan desde el sur de Chile están casi siempre vinculadas a la represión o a denuncias de "terrorismo" por parte del Estado chileno. Pese al aislamiento social y político, reducidos a una penosa sobrevivencia en las áreas rurales y a empleos precarios y mal pagos en las ciudades, siguen resistiendo a las multinacionales forestales y a las hidroeléctricas, buscan mantener vivas sus tradiciones.

Raúl Zibechi | 2 07 2007

"Estoy considerado por el Estado chileno un delincuente por defender mi familia y mis tierras", señala Waikilaj Cadim Calfunao, 25 años, miembro de la comunidad Juan Paillalef, en la IX Región, Araucanía, en una breve carta que nos hace llegar desde la Cárcel de Alta Seguridad en Santiago, donde la guardia no nos permitió el ingreso por razones burocráticas. Con escasa diferencia, otros presos mapuche se pronuncian de la misma forma. José Huenchunao, uno de los fundadores de la Coordinadora Arauco Malleco (CAM), detenido el 20 de marzo pasado, fue condenado a diez años por haber participado en la quema de máquinas forestales.

"Las cárceles son un lugar de castigo que el Estado chileno y sus operadores políticos y judiciales han destinado a quienes luchan o representan al pueblo-nación mapuche", escribió Huenchunao el 21 de marzo desde la prisión de Angol. Héctor Llaitul, 37 años, dirigente de la CAM, detenido el 21 de febrero bajo los mismos cargos que Huenchunao, inició una huelga de hambre para denunciar el montaje político-judicial en su contra. La mayor parte de los más de 20 presos mapuche han recurrido a huelga de hambre para denunciar su situación o para exigir el traslado a cárceles cercanas a sus comunidades.

Como casi todos los dirigentes mapuche, Llaitul hace hincapié en el problema de las forestales: "La Forestal Mininco junto a la hidroeléctrica ENDESA, uno de nuestros principales adversarios, han cambiado de política. Ya no se trata del mero uso de la violencia. Están diversificando la represión: estudian las zonas donde funcionan y disponen planes adaptados a cada zona (propaganda, cursos y otros), muchas veces financiados por el Banco Interamericano de Desarrollo con el fin de crear un círculo de seguridad en torno a sus propiedades. Arman a los campesinos parceleros y a los clubes de caza y pesca para que formen comités de vigilancia (legales en Chile) con los que defenderse de los ’malos vecinos’. Así intentan aislar a los luchadores" . "Mi comunidad ha sido fuertemente reprimida puesto que todos los integrantes de mi familia están presos (mamá, papá, hermano, tía, etcétera)", señala Calfunao en su carta, y describe cómo las tierras de su comunidad han sido "robadas" por las forestales y el Ministerio de Obras Públicas, robo avalado por los tribunales que no respetan "nuestro derecho consuetudinario y nuestras costumbres jurídicas". Está acusado de secuestro por haber realizado un corte de ruta, de desórdenes públicos y destrucción de neumáticos de un camión forestal que trasladaba madera de la región mapuche. Cualquier actividad que realicen las comunidades para impedir que las forestales les sigan robando sus tierras, es incluida por el Estado chileno bajo la legislación "antiterrorista" heredada de la dictadura de Augusto Pincohet.

Pasteras en versión chilena

Llegando a Concepción, 500 kilómetros al sur de Santiago, el estrecho valle entre la cordillera andina y el Pacífico, surcado por cultivos frutales que convirtieron a Chile en un importante agroexportador, el paisaje comienza a modificarse abruptamente. Los cultivos forestales envuelven colinas y montes. Las autopistas mudan en caminos que serpentean montaña arriba y se pierden entre los pinos. De improviso, una densa y blanca humareda anuncia una papelera, rodeada siempre de inmensos y extensos cultivos verdes.

Lucio Cuenca, coordinador del Observatorio Latinoamericano de Conflitos Ambientales (OLCA), explica que el sector forestal crece a un ritmo superior al 6% anual. "Entre 1975 y 1994 los cultivos se incrementaron un 57%", añade. El sector forestal aporta algo más del 10% de las exportaciones; casi la mitad se dirigen a países asiáticos. Algo más de dos millones de hectáreas de plantaciones forestales se concentran entre las regiones V y X, tierras tradicionales de los mapuches. El pino abarca el 75% frente al 17 del eucaliptus. "Pero casi el 60% de la superficie plantada está en manos de tres grupos económicos", asegura Cuenca.

Explicar semejante concentración de la propiedad requiere –como en casi todos los órdenes en este Chile hiperprivatizado- echar una mirada a los años 70 y, muy en particular, al régimen de Pinochet. En los 60 y 70 los gobiernos democristianos y socialista implementaron una reforma agraria que devolvió tierras a los mapuche y fomentó la creación de cooperativas campesinas, y el Estado participó activamente en la política forestal tanto en los cultivos como en el desarrollo de la industria.

Cuenca explica lo sucedido bajo Pinochet: "Luego, la dictadura militar realizó una contrarreforma modificando tanto la propiedad como el uso de la tierra. En la segunda mitad de los 70, entre 1976 y 1979, el Estado traspasó a privados sus seis principales empresas del área: Celulosa Arauco, Celulosa Constitución, Forestal Arauco, Inforsa, Masisa y Compañía Manufacturera de Papeles y Cartones, que se vendieron a grupos empresariales a un 78% de su valor".

El pinochetismo marca la diferencia: la industria forestal en Chile está en manos de dos grandes grupos empresariales nacionales, liderados por Anacleto Angelini y Eleodoro Matte. En el resto del continente la industria está en manos de grandes multinacionales europeas o estadounidenses. Es en este punto donde la nacionalidad de los propietarios no tiene la menor relevancia. En Chile, sólo el 7,5% de las plantaciones forestales está en manos de pequeños propietarios, en tanto el 66% pertenece a grandes propietarios que poseen un mínimo de mil hectáreas forestadas. Sólo el Grupo Angelini tiene 765 mil hectáreas, mientras el Grupo Matte supera el medio millón.

"Las regiones donde se desarrolla este lucrativo negocio –sigue Cuenca- se han convertido en las más pobres del país". Mientras Angelini es uno de los seis hombres más ricos de América Latina, en las regiones VIII y IX la pobreza supera el 3%, el índice más alto del país. "Las ganancias no se reparten y nada queda en la región, salvo la sobreexplotación, la contaminación, la pérdida de diversidad biológica y cultural y, por supuesto, la pobreza", remata el coordinador de OLCA.

Para los mapuche la expansión forestal es su muerte como pueblo. Cada año la frontera forestal se expande unas 50 mil hectáreas. Además de verse literalmente ahogados por los cultivos, comienzan a sentir escasez de agua, cambios en la flora y la fauna y la rápida desaparición del bosque nativo. Un informe del Banco Central asegura que en 25 años Chile se quedará sin bosque nativo. Todo indica, no obstante, que la expansión forestal es imparable.

Pese a las denuncias sobre el deterioro ambiental y social, por encima de la resistencia de decenas de comunidades mapuche pero ahora también de pescadores y agricultores, y aún por encima de análisis de organismos estatales que advierten los peligros de seguir desarrollando la industria forestal, para 2018 se duplicará la cantidad de madera disponible en 1995, según informa la Corporación de la Madera. Eso llevará de modo ineluctable a que se abran nuevas plantas de celulosa. Chile externaliza una serie de costos (laborales y ambientales) que le permiten producir la tonelada de celulosa a sólo 222 dólares, frente a los 344 de Canadá y los 349 de Suecia y Finlandia. Es el único argumento de peso.

El secreto de la resistencia

Es imposible comprender la realidad actual del pueblo mapuche sin remontarse a su historia. A diferencia de los otros grandes pueblos del continente, los mapuche consiguieron imponer su autonomía e independencia a la Corona española durante 260 años. Recién fueron doblegados a fines del siglo XIX por el Estado independiente de Chile. Esta notable excepción marca la historia de un pueblo que, desde muchos puntos de vista, ha acuñado suficientes diferencias con sus semejantes originarios como para impedir generalizar sus historias y realidades.

Se estima que a la llegada de los españoles había un millón de mapuche, concentrados sobre todo en la Araucanía (territorio entre Concepción y Valdivia). Era un pueblo de pescadores, cazadores y recolectores, se alimentaban en base a papa y porotos que cultivaban en claros de bosques, y al piñón de la araucaria, el gigantesco árbol que dominaba la geografía del sur. Aunque eran sedentarios no constituían pueblos; cada familia tenía autonomía territorial. La abundancia de recursos en tierras muy ricas es lo que permitió que existiera "una población muy superior a lo que un sistema económico preagrario podría abastecer", sostiene José Bengoa, el principal historiador del pueblo mapuche .

Esta sociedad de cazadores-guerreros, donde la familia era la única institución social permanente agrupada en torno a caciques o loncos, era bien diferente de las sociedades indígenas que encontraron los españoles en América. Entre 1546 y 1598 los mapuche resistieron con éxito a los españoles. En 1554 Pedro Valdivia, Capitán General de la Conquista, fue derrotado por el cacique Lautaro cerca de Cañete, hecho prisionero y muerto por "haber querido esclavizarnos".

Pese a las epidemias de tifus y viruela, que se cobraron un tercio de la población mapuche, una segunda y otra tercera generación de caciques resistieron con éxito las nuevas embestidas de los colonizadores. En 1598 cambió el curso de la guerra. La superioridad militar de los mapuche, que se convirtieron en grandes jinetes y tenían más caballos que los ejércitos españoles, puso a los conquistadores a la defensiva. Destruyeron todas las ciudades españolas al sur del Bío Bío, entre ellas Valdivia y Villarrica, que recién fue refundada 283 años después luego de la "pacificación de la Araucanía".

Una tensa paz se instaló en la "frontera". El 6 de enero de 1641 se reunieron por primera vez españoles y mapuche en el Parlamento de Quilín: se reconoce la frontera en el Bío Bío y la independencia mapuche, pero éstos dejarían predicar a los misioneros y devolvieron a los prisioneros. El Parlamento de Negrete, en 1726, reguló el comercio que era fuente de conflictos y los mapuche se comprometieron a defender a la Corona española contra los criollos. ¿Cómo explicar esta peculiaridad mapuche? Diversos historiadores y antropólogos, entre ellos Bengoa, coinciden en que "a diferencia de los incas y mexicanos, que poseían gobiernos centralizados y divisiones políticas internas, los mapuches poseían una estructura social no jerarquizada. En la situación mexicana y andina, el conquistador golpeó el centro del poder político y, al conquistarlo, aseguró el dominio del Imperio. En el caso mapuche esto no era posible, ya que su sometimiento pasaba por el de cada una de las miles de familias independientes". De paso, habría que agregar que el predominio de esta cultura explica también la enorme dificultad con que cuenta el movimiento mapuche para construir organizaciones unitarias y representativas.

Hacia el siglo XVII, influenciada por la Colonia que había difundido la ganadería extensiva, la sociedad mapuche se fue convirtiendo en una economía ganadera mercantil que controlaba uno de los territorios más extensos poseído por un grupo étnico en América del Sur: se habían expandido hacia las pampas y llegaban hasta lo que hoy es la provincia de Buenos Aires. Esta nueva economía fortaleció el papel de los loncos y generó relaciones de subordinación social que los mapuches no habían conocido. "La mayor concentración de ganado en algunos loncos /i>y la necesidad de contar con dirigentes que negociaran con el poder colonial, intensificó la jerarquización social y la centralización del poder político", señala el historiador Gabriel Salazar.

La economía minera de la nueva república independiente necesitó, luego de la crisis de 1857, extender la producción agrícola. A partir de 1862 el ejército comenzó a ocupar la Araucanía. Hasta 1881, en que los mapuche fueron definitivamente derrotados, se desató una guerra de exterminio. Tras la derrota los mapuche fueron confinados en "reducciones": de los 10 millones de hectáreas que controlaban pasaron al medio millón, siendo el resto de sus tierras rematadas por el Estado a privados. Así se convirtieron en agricultores pobres forzados a cambiar sus costumbres, formas de producción y normas jurídicas.

¿Quiénes son los salvajes?

Unos cien kilómetros al sur de Concepción, el pequeño pueblo de Cañete es uno de los nudos del conflicto mapuche: en la Navidad de 1553 los mapuche destruyeron el fuerte Tucapel construido por Pedro de Valdivia, y lo ejecutaron. Cinco años después el gran cacique Caupolicán fue llevado a suplicio en la plaza que hoy lleva su nombre, donde se alzan imponentes figuras de madera en homenaje de su pueblo. En esa misma plaza, una mañana lluviosa de abril se concentraron unos 200 mapuche y estudiantes para pedir la libertad de José Huenchunao, dirigente de la Coordinadora de Comunidades en Conflicto Arauco-Malleco (CAM), detenido semanas atrás como parte de una ofensiva del Estado que llevó a prisión a los principales dirigentes de la Coordinadora, entre ellos Héctor Llaitul y José Llanquileo.

Cuando la marcha se disuelve luego de recorrer cinco cuadras rodeada de un amplio dispositivo antidisturbios, los loncos Jorge y Fernando nos acercan hasta su comunidad. A poca distancia de uno de los tantos pueblos de la zona, en una especie de claro entre los pinos, un puñado de casas precarias forman la comunidad Pablo Quintriqueo, "un indígena españolizado que vivó en esta región hacia el 1800", explica Mari, asistente social mapuche que vive en Concepción. Para sorpresa de quien ha visitado comunidades andinas o mayas, está integrada por apenas siete familias y se formó hace sólo ocho años; la pequeña huerta al fondo de las casas no puede abastecer a más de 30 comuneros.

Haciendo circular un mate, explican. Las familias habían emigrado a Concepción y dejaron los predios de sus ancestros en los que habían nacido y vivido hasta hace una década. Mari se casó con un huinka (blanco), tiene dos hijos y un buen trabajo. Muchos jóvenes, como Héctor Llaitul ahora preso en el penal de Angol, se graduaron en la Universidad de Concepción y luego crearon organizaciones en defensa de sus tierras y comunidades. Cuando las forestales avanzaron sobre sus tierras, retornaron para defenderlas. "En total son 1.600 hectáreas en disputa sólo en esta comunidad", aseguran.

No resulta sencillo comprender la realidad mapuche. El lonco Jorge, 35 años, uno de los más jóvenes del grupo, da una pista al señalar que "el proyecto de reestructuración del pueblo mapuche pasa por recuperar el territorio". De ello puede deducirse que los mapuche viven un período que otros pueblos indígenas del continente atravesaron hace medio siglo, cuando aseguraron la recuperación y el control de tierras y territorios que les habían pertenecido desde que tienen memoria. En segundo lugar, todo indica que la derrota mapuche es aún demasiado cercana (apenas un siglo) frente a los tres o cinco siglos que pasaron desde la irrupción de los españoles o la derrota de Túpac Amaru, según la cronología que se prefiera. La memoria de la pérdida de la independencia mapuche aún está muy fresca, y ese puede ser el motivo de una tendencia que se repite en una y otra conversación: a diferencia de aymaras, quechuas y mayas, los mapuche se colocan en una posición de víctimas que, no por ser justa, resulta incómoda.

José Huenchunao asegura que las comunidades viven una nueva situación por la desesperación existente. Y lanza una advertencia que no parece desmesurada: "Si esta administración política, si los actores de la sociedad civil no toman en cuenta nuestra situación, estamos a las puertas de que los conflictos que se han dado en forma aislada, se reproduzcan con mayor fuerza y de forma más coordinada. Esto puede ser mucho más grave, puede tener un costo mucho mayor para esta sociedad que devolver ciertas cantidades de tierra, que son el mínimo que las comunidades están reclamando".

Para los chilenos del "más abajo" no resulta evidente que la democracia electoral haya mejorado de sus vidas. "La estrategia política de la Concertación, a lo largo de sus 16 años de gobierno, ha estado orientada por el ’cambio político y social mínimo" y la ampliación y profundización del capitalismo neoliberal en todas las esferas de la sociedad. La administración concertacionista ha gobernado más al mercado que a la sociedad, acentuando con ello la pésima distribución del ingreso, y llevando a la sociedad chilena a convertirse en la segunda sociedad más desigual –detrás de Brasil- del continente latinoamericano", sostiene el politólogo Gómez Leytó.

Pero hay síntomas claros de que el tiempo de la Concertación se está agotando. Es posible, además, que la apreciación de Huenchunao sea cierta. La larga resistencia del pueblo mapuche no sólo no se ha apagado sino que renace una y otra vez pese a la represión. Sin embargo, en los últimos años al sur del Bío Bío no son sólo los mapuche los que resisten el modelo neoliberal salvaje. Los pescadores artesanales de Mehuin y los agricultores que ven contaminadas sus aguas ya han realizado varias protestas. A principios de mayo los Carabineros dieron muerte a un obrero forestal, Rodrigo Cisternas, que participaba en una huelga por aumento de salarios.

Quizá este hecho represente el comienzo del fin de la Concertación. Durante más de 40 días, los obreros de Bosques Arauco, propiedad del Grupo Angelini ubicada en la región Bío Bío, realizaron una huelga a la que se sumaron los tres sindicatos que representan a siete mil trabajadores. Como la empresa había acumulado ganancias del 40% los obreros reclamaron un aumento de salarios de similar porcentaje. Luego de largas e inútiles negociaciones volvieron a la huelga. Rodearon la planta donde la empresa había concentrado sus tres turnos para desbaratar la huelga. "Al ver que Carabineros se divertían destruyendo sus vehículos, se defendieron usando maquinaria pesada, ante lo cual las fuerzas de Carabineros asesinaron a balazos a uno de los huelguistas y dejaron a otros gravemente heridos", señala un comunicado del Movimiento por la Asamblea del Pueblo.

En los últimos meses, el gobierno de Michelle Bachelet ha abierto demasiados frentes. Al conflicto con el pueblo mapuche se suma la protesta estudiantil contra la ley de educación que el año pasado provocó manifestaciones de cientos de miles de jóvenes. A comienzos de este año se desató un conflicto aún no resuelto a raíz de la reestructuración del transporte público en Santiago, ya que la puesta en marcha del Transantiago perjudica a los sectores populares. Ahora se suma la muerte de un obrero en una región caliente. Es posible que, como ya sucedió en otros países de la región, la población chilena haya comenzado a dar vuelta la página del neoliberalismo salvaje.

La democracia contra los mapuche

Un ministro de Pinochet se ufanaba diciendo que "en Chile no hay indígenas, son todos chilenos". En consecuencia la dictadura dictó decretos para terminar con las excepciones legales hacia los mapuche e introducir el concepto de propiedad individual de sus tierras. Pero "al privarse al pueblo mapuche de su reconocimiento como tal, la identidad étnica se reforzó", apunta Gabriel Salazar, reciente ganador del Premio Nacional de Historia.

A comienzos de los 80 se registró una "explosión social" del pueblo mapuche en respuesta a los decretos de 1979 que permitieron la división de más 460 mil hectáreas de tierras indígenas. "La división -apunta Salazar- no respetó espacios que siempre se consideraron comunes y que eran fundamentales para la reproducción material y cultural del pueblo mapuche, tales como áreas destinadas a bosques, pastizales y ceremonias religiosas. El aumento de la población, unido a lo reducido de su territorio, contribuyó a ’vaciar’ las comunidades de su gente y su cultura".

La democracia tampoco fue generosa con el pueblo mapuche. Si la dictadura quería terminar con ellos, apostando a su conversión de indios en campesinos, con del gobierno de la Concertación (a partir de 1990) se abrieron nuevas expectativas. El presidente Patricio Aylwin generó espacios y comprometió su apoyo a una ley que se debatió en el Parlamento. Sin embargo, a diferencia de los sucedido en otros países del continente, en 1992 el Parlamento rechazó el convenio 169 de la OIT y el reconocimiento constitucional de los mapuches como pueblo, tal como promovían las Naciones Unidas.

Actualmente "el mundo indígena rural es parte constituyente de la pobreza estructural de Chile", asegura Salazar. En 1960 cada familia mapuche tenía un promedio de 9,2 hectáreas aunque el Estado sostenía que necesitaban 50 hectáreas para vivir "dignamente". Entre 1979 y 1986 a cada familia le correspondían 5,3 hectáreas, superficie que en la actualidad se reduce a sólo 3 hectáreas de tierra por familia. Bajo las dictadura los mapuche perdieron 200 de las 300 mil hectáreas que aún conservaban. El avance de las forestales y la hidroeléctricas sobre sus tierras, provocan un aumento exponencial de la pobreza y de la emigración.

Desesperadas, muchas comunidades invaden tierras apropiadas por las empresas forestales por lo que son acusadas de "terrorismo". La Ley Aniterrorista de la dictadura sigue siendo aplicada a las comunidades por quemas de plantaciones, cortes de rutas y desacato a los Carabineros. Actualmente existen decenas de organizaciones mapuche que oscilan entre la colaboración con las autoridades y la autonomía militante, destacando el nacimiento de nuevos grupos de carácter urbano, en particular en Santiago, donde reside más del 40 por ciento del millón de mapuches que viven en Chile según el censo de 1992.

Recursos:

- José Bengoa: Historia del pueblo mapuche, LOM, Santiago, 2000.

- Juan Carlos Gómez Leytón: "La rebelión de los y las estudiantes secundarios en Chile. Protesta social y política en una sociedad neoliberal triufante", revista OSAL, No. 20, Buenos Aires, mayo-agosto 2006.

- Alvaro Hilario: "Entrevista a Héctor Llaitul", 24 de abril de 2007.

- José Huenchunao, Carta Abierta desde la cárcel de Angol, 21 de marzo de 2007.

- Sergio Maureira, Entrevista a José Huenchunao.

- Gabriel Salazar, Historia contemporánea de Chile, cinco tomos, LOM, Santiago, 1999.

- Observatorio Latinoamericano de Conflictos Ambientales (OLCA): "Aproximación crítica al modelo forestal chileno", Santiago, 1999.

- Revista Perro Muerto

El humanismo revolucionario del Che.



Por: Michael Löwy

Vivimos en una época de marcha triunfal de la mundialización neo-liberal, de hegemonía abrumadora del «pensamiento único». Para enfrentar el sistema capitalista, en su globalidad intrínsecamente perversa, necesitamos más que nunca de formas de pensamiento y de acción que sean universales, globales, planetarias. De ideas y de ejemplos que sean antagónicos, de la manera más radical, a la idolatría del mercado y del dinero, que se transformó en la religión dominante. Ernesto Che Guevara, como pocos otros dirigentes de la izquierda en el siglo XX, fue un espíritu universal, un internacionalista y un revolucionario consecuente.

Por estas razones, no es de sorprender el interés que suscita, en los últimos tiempos, la figura del Che Guevara. La cantidad de libros, conferencias, artículos, películas y discusiones sobre él no se explica solamente por el efecto conmemorativo del 30º aniversario. ¿Quién se interesaba, en 1983, por los 30 años de la muerte de Stalin?

Los años pasan, las modas cambian, a los modernismos suceden los post-modernismos, las dictaduras son reemplazadas por las democraduras, el keynesianismo por el neo-liberalismo, el muro de Berlín por el muro del dinero. Pero el mensaje del Che Guevara, treinta años después, es una antorcha que sigue quemando, en este oscuro y frío final de siglo.

En sus «Tesis sobre el concepto de historia», Walter Benjamín -el pensador marxista judío-alemán que se suicidó en 1940 para no caer en las manos de la Gestapo- escribía que la memoria de los antepasados vencidos y asesinados es una de las más profundas fuentes de inspiración de la acción revolucionaria de los oprimidos. Ernesto Guevara -junto con José Martí, Emiliano Zapata, Augusto Sandino, Farabundo Martí y Camilo Torres- es una de estas víctimas que cayeron de pie, peleando con las armas en la mano, y que se han vuelto para siempre semillas del futuro sembradas en la tierra latinoamericana, estrellas en el cielo de la esperanza popular, carbones ardientes bajo las cenizas del desencanto.

En todas las manifestaciones revolucionarias en América Latina de los últimos años, de Nicaragua a El Salvador, de Guatemala a México, se percibe la presencia, a veces invisible, del «guevarismo». Su herencia se manifiesta tanto en la imaginación colectiva de los combatientes, como en sus debates sobre los métodos, la estrategia y la naturaleza de la lucha. Se puede considerar el mensaje del Che como una semilla que germinó, durante estos treinta años, en la cultura política de la izquierda latinoamericana, produciendo ramas, hojas y frutos. O como uno de los hilos rojos con los cuales se tejen, de la Patagonia hasta el Río Grande, los sueños, las utopías y las acciones revolucionarias.

¿Estarían hoy en día superadas las ideas del Che? ¿Sería ahora posible cambiar las sociedades latinoamericanas, en las cuales una oligarquía atrincherada en el poder desde siglos monopoliza los recursos, las riquezas y las armas, explotando y oprimiendo al pueblo, sin revolución? Es la tesis que defienden en los últimos años algunos teóricos de la izquierda realista en América Latina, empezando por el talentoso escritor y periodista mexicano Jorge Castañeda, en su reciente libro La utopía desarmada (1993). Pero, a pocos meses de publicado el libro, se dio el levantamiento insu-rreccional de los indígenas de Chiapas, bajo el liderazgo de una organización de utopistas armados, el EZLN, cuyos principales dirigentes tienen sus orígenes en el guevarismo. Es verdad que los zapatistas, contrariamente a los grupos de guerrilla tradicionales, no tienen por objetivo «tomar el poder», sino suscitar la auto-organización de la sociedad civil mexicana en vista de una profunda transformación del sistema social y político del país. Pero sin el levantamiento de enero de 1994, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional no se hubiera transformado en una referencia para las víctimas del neo-liberalismo, no sólo en México, sino en toda la América Latina y en el mundo.

Curiosamente, el mismo Jorge Castañeda, en un artículo reciente, publicado en la revista Newsweek, empieza a preguntarse si será realmente posible redistribuir, por métodos democráticos, la riqueza y el poder, concentrados en manos de la élites ricas y poderosas, transformando las estructuras sociales ancestrales de América Latina: si esto se revela, en finales del siglo, demasiado difícil, habrá que reconocer que «después de todo, Guevara no estaba tan equivocado».(1)

El Che no fue solamente un combatiente heroico, sino también un pensador revolucionario, el portador de un proyecto político y moral, de un conjunto de ideas y valores por las cuales luchó y murió. La filosofía que le da a sus opciones políticas e ideológicas su coherencia, su color, su temperatura, es un profundo y auténtico humanismo revolucionario.(2) Para el Che, el verdadero comunista, el verdadero revolucionario es aquel que considera siempre los grandes problemas de la humanidad como sus problemas personales, aquel que es capaz de «sentirse angustiado cuando se asesina a un hombre en cualquier rincón del mundo y sentirse entusiasmado cuando en algún rincón del mundo se alza una nueva bandera de libertad». El internacionalismo del Che -a la vez modo de vida, fe secular, imperativo categórico y patria espiritual- fue la expresión más auténtica, más pura, más combativa y más concreta de este humanismo revolucionario.(3)

Hay una frase de Martí que el Che citaba con frecuencia en sus discursos y en la cual veía «la bandera de la dignidad humana»: «Todo hombre verdadero debe sentir en la mejilla el golpe dado a cualquier mejilla de hombre». La lucha por esta dignidad es el principio ético que va a inspirar a Ernesto Guevara en todas sus acciones, desde la batalla de Santa Clara hasta la última tentativa desesperada en las montañas de Bolivia. Tiene tal vez su origen en el Don Quijote, obra que el Che leía en la Sierra Maestra, en los «cursos de literatura» que daba a los reclutas campesinos de la guerrilla, y héroe con el cual se identificaba, irónicamente, en la última carta a sus padres. Pero no por eso es ajena al marxismo. ¿No ha escrito el propio Marx: «El proletariado necesita de su dignidad más todavía que de su pan?» («El comunismo del Observador Renano», septiembre del 1847).

El humanismo del Che era, sin duda ninguna, marxista -pero se trata de un marxismo «heterodoxo», muy distinto de los dogmas de los manuales soviéticos, o de las interpretaciones «estructuralistas» y «anti-humanistas» que se desarrollaron en Europa y América Latina a partir de mediados de los años ‘60. Si el joven Marx de los Manuscritos Económico-Filosóficos de 1844 le interesa tanto, es porque plantea «concretamente al hombre como individuo humano y los problemas de su liberación como ser social», y porque insiste en la importancia de la conciencia en la lucha contra la enajenación: «Sin esta conciencia, que engloba la de su ser social, no puede haber comunismo». Pero el Che también descubre, con su profunda sensibilidad, el humanismo de El Capital: «El peso de este monumento de la inteligencia humana es tal que nos ha hecho olvidar frecuentemente el carácter humanista (en el mejor sentido de la palabra) de sus inquietudes. La mecánica de las relaciones de producción y su consecuencia, la lucha de clases, oculta en cierta medida el hecho objetivo de que son hombres los que se mueven en el ambiente histórico».(4)

Enemigo mortal del capitalismo y del imperialismo, Ernesto Guevara soñaba con un mundo de justicia y libertad en el cual el hombre deje de ser un lobo para los otros hombres. El ser humano de esta nueva sociedad, que el Che llamaba «el hombre nuevo» o «el hombre del siglo XXI» sería el individuo que ha roto las cadenas de la enajenación, y que se relaciona con los demás con lazos de solidaridad real, de fraternidad universal concreta. (5) Este mundo nuevo, más allá de la esclavitud capitalista, no podía ser sino el socialismo. Es conocido su planteamiento en la célebre «Carta a la Tricontinental» (1967): «No hay más cambios que hacer: o revolución socialista o caricatura de revolución».

Aunque el Che nunca llegó a elaborar una teoría acabada sobre el papel de la democracia en la transición socialista -tal vez la principal laguna de su obra- rechazaba las concepciones autoritarias y dictatoriales que tanto daño hicieron al socialismo en el siglo XX.(6) A los que pretendieron, desde arriba, «educar al pueblo» -falsa doctrina ya criticada por Marx en las Tesis sobre Feuerbach (¿quién va a educar al educador?) -el Che contestaba, en un discurso del 1960: «La primera receta para educar al pueblo ... es hacerlo entrar en revolución. Nunca pretendan educar a un pueblo, para que, por medio de la educación solamente, y con un gobierno despótico encima, aprenda a conquistar sus derechos. Enséñenle, primero que nada, a conquistar sus derechos, y ese pueblo, cuando esté representado en el gobierno, aprenderá todo lo que se le enseñe, y mucho más: será el maestro de todos sin ningún esfuerzo». En otras palabras: la única pedagogía emancipadora es la auto-educación de los pueblos por su propia práctica revolucionaria- o, como lo planteaba Marx en la Ideología Alemana, «en la actividad revolucionaria, el cambio de sí mismo coincide con la modificación de las condiciones».(7)

Sus ideas sobre el socialismo y la democracia estaban aún en evolución en el momento de su muerte, pero se observa claramente en sus discursos y escritos un posicionamiento cada vez más crítico hacia el así llamado «socialismo real» de los herederos del stalinismo. En su famoso «Discurso de Argel» (febrero del 1965), él llamaba a los países que se reclamaban del socialismo a "liquidar su complicidad tácita con los países explotadores del Occidente», que se traducía en las relaciones de intercambio desigual que llevaban con los pueblos en lucha contra el imperialismo. Para el Che «no puede existir socialismo si en las conciencias no se opera un cambio que provoque una nueva actitud fraternal frente a la humanidad, tanto de índole individual, en la sociedad que se construye o está construido el socialismo, como de índole mundial en relación a todos los pueblos que sufren la opresión imperialista».(8)

Analizando en su ensayo de marzo de 1965, «El socialismo el hombre en Cuba» los modelos de construcción del socialismo vigentes en Europa oriental, el Che rechazaba, siempre a partir de su perspectiva humanista revolucionaria, la concepción que pretendía «vencer al capitalismo con sus propios fetiches»: «Persiguiendo la quimera de realizar el socialismo con la ayuda de las armas melladas que nos legara el capitalismo (la mercancía tomada como célula económica, la rentabilidad, el interés material individual como palanca, etc), se puede llegar a un callejón sin salida ... Para construir el comunismo, simultáneamente con la base material hay que hacer el hombre nuevo».(9)

Uno de los principales peligros del modelo importado de la URSS es el incremento de la desigualdad social y la formación de una capa privilegiada de tecnócratas y burócratas: en este sistema de retribución «son los directores quienes ganan cada vez más. Basta ver en el último proyecto de la RDA, la importancia que adquiere la gestión de director, o mejor, la retribución de la gestión del director».(10)

El socialismo en las Américas, decía José Carlos Mariátegui, no debe ser copia y calco, sino creación heroica. Esto fue precisamente lo que trató de hacer el Che, al rechazar las propuestas de copiar los modelos «realmente existentes», y al buscar una vía nueva, más radical, más igualitaria, más fraterna, más humana, más consecuente con la ética comunista, hacia el socialismo.

Ocho de octubre del 1967: fecha que quedará para siempre en el calendario milenario de la marcha de la humanidad oprimida hacia su auto-emancipación. Las balas pueden asesinar a un combatiente de la libertad pero no sus ideales. Estos sobrevivirán, siempre y cuando germinen en la conciencia de las generaciones que retoman la lucha. Es lo que han descubierto, para su rabia y decepción, los miserables que mataron a Rosa Luxemburgo, a León Trotsky, a Emiliano Zapata y al Che Guevara.

El mundo de hoy, después del fin del llamado «socialismo real», el mundo de la idolatría del dinero y de la religión neo-liberal, parece que está a muchos años-luz de la época en la que luchó y soñó Ernesto Guevara. Pero, para los que no creen en el pseudo-hegeliano «fin de la historia», ni en la eterna perennidad de la explotación capitalista, para los que rechazan las monstruosas injusticias sociales generadas por este sistema, y la marginalización de los pueblos del Sur por el «nuevo orden mundial» imperialista, el mensaje humanista y revolucionario del Che es, hoy más que nunca, una ventanilla abierta hacia el futuro.



1. Jorge Castañeda, «Rebels Without Causes», Newsweek, January 13, 1997: «We may discover, by the end of the century (...) that Che Guevara had a point, after all».
2. He tratado de analizar la filosofía del Che en mi libro El pensamiento del Che Guevara, México, Siglo XXI, 1971 (quince ediciones).
3. E. Che Guevara, Obras 1957-1967, La Habana, Casa de las Américas, 1970, tomo II, pp. 173, 307. Véase también p. 432: La revolución cubana ... es una revolución con características humanistas. Es solidaria con todos los pueblos oprimidos del mundo. Como lo dice sencilla y poéticamente Roberto Fernández Retamar: al Che «no le preocupaba estar al día: lo que le preocupaba era ofrecer al mediodía de la justicia el caudal de sus conocimientos. Y la justicia le reclamó vincularse con los humillados y ofendidos, echar su suerte con los pobres de la tierra», «El Che, imagen del pueblo», Contracorriente, La Habana, Diciembre 1996, Nº6, p.4.
4.«Sobre el sistema presupuestario de financiamiento», 1964, Obras, II, p. 252.
5. Aunque el Che retoma un lenguaje tradicional al hablar del «hombre», esto no quiere decir que fuera un cómplice del patriarcado. Muchos años antes que el tema se volviera candente, él denunciaba, en un discurso del marzo del 1963, las burdas «manifestaciones de discriminación de la mujer» que persistían en Cuba y la ausencia de una verdadera «igualdad de derechos»: «¿Qué indica esto? Pues, sencillamente, que el pasado sigue pensando en nosotros; que la liberación de la mujer no está completa». Obras, I, p. 108. Véanse los comentarios aclaradores sobre este tema en el importante libro de Luis Vitale, Che, una pasión latinoamericana, Buenos Aires, Ediciones Al Frente, 1987, pp. 64-68.
6. Fernando Martínez Heredia tiene razón de subrayar: «Lo incompleto del pensamiento del Che ... tiene incluso aspectos positivos. El gran pensador está ahí, señalando problemas, caminos, mostrando modos, exigiendo a sus compañeros pensar, estudiar, combinar práctica y teoría. Resulta imposible, cuando se asume realmente su pensamiento, dogmatizarlo y convertirlo en otro bastión especulativo y otro recetario de frases». «Che, el socialismo y el comunismo», en Pensar el Che, Centro de Estudios sobre América -Editorial José Martí», La Habana 1989, tomo II, p. 30. Véase también el libro con el mismo título de Fernando Martínez Heredia, Che, el socialismo y el comunismo, La Habana, Premio Casa de las Américas, 1989.
7. E. Che Guevara, Obras, II, p. 87.
8. Ernesto Che Guevara, Obras, tomo II, p. 574.
9. Obras, II, pp. 371-72. Véase también la célebre entrevista con el periodista francés Jean Daniel en julio del 1963: «El socialismo económico sin la moral comunista no me interesa. Luchamos contra la miseria, pero al mismo tiempo contra la enajenación. (...) Si el comunismo pasa por alto los hechos de conciencia, podrá ser un método de reparto, pero no es ya una moral revolucionaria». L’Express, París, 25 de julio del 1963, p. 9.
10. E. Che Guevara, «Le plan et les hommes», Oeuvres, París, Maspero, 1972, vol. VI, Textes Inédits, p. 90.